Me desintegro y
envuelta en viento salgo a buscarte. Vuelo tocando las puntas de los árboles,
acariciándolas y así te llamo.
Soñé con tu beso;
beso negro, envenenado, vengativo. El beso sano me lo diste, el enfermo quedó
trunco en tus labios.
No nació gracias a
los míos, volvió a tu ser y a tus entrañas.
Mecanismo
perfectamente diseñado, por el cual, cada uno se hace cargo de lo que genera.
Eso no era mío, sino tuyo y al tocar mis labios correría el riesgo de adueñarme
de él; sucio gusano negro, parásito de una
y mil vidas pasadas. El escudo de
todas las familias por las que alguna vez pasaste fue ese.
Desde este cielo
límpido puedo ver miles de escudos: gusano, chacal, cucaracha, gusano de nuevo
y para siempre.
Y no es que yo no
tenga escudo sí seguro que lo tengo pero por alguna razón mi escudo es el que
me deja volar, el que me hace escribir, el que me invita a soñar.
Ahora es cuando dejo
de llamarte y me llamo a mí. El beso que me doy es bermellón; me lo doy en la
mano directo y sin rodeos, pues, es difícil soltarlo al viento y direccionarlo
a mi propia boca.
Soltar siempre es difícil,
la última astilla se adhiere a la piel como ninguna.
El dolor como objeto
se perdió para siempre mientras, me experimento con amor en mi unidad y vuelvo
a llamarme cada vez más fuerte. Despojándome de capas…como una cebolla.