martes, 7 de diciembre de 2010

Seabear





Seabear. Ya desde su nombre resulta tierno, pero también peligroso. El peligro que uno corre es volverse adicto. No sorprende que como una banda islandesa suene bien, pero esta banda tiene algo sorprendente. No sé si es por sus letras, o por la voz del cantante principal, o incluso por los pequeños coros. Tal vez el conjunto es lo que provoque ese efecto.  Simplemente tiene algo, algo que te hace sentir bien cuando los escuchás, y eso es siempre bueno en una banda.   
Cuando uno le presta atención, o no, a lo que está escuchando, detecta mucha sinceridad, que logra sacar cosas buenas incluso de uno mismo. Puede relajar, o te puede crear un estado de ansiedad; pero una buena ansiedad, que busca encontrarse a uno mismo y sacar todo lo artístico que pueda haber en tu personalidad. Decir que “te eleva” es muy simple, pero es así. Una de las claves creo que es la simplicidad, un gran acierto a todo esto.
Si esto no alcanza, la carta de presentación de la banda no es solo la voz de Sindri, sino también sus dibujos, que reflejan también ese carácter pasivo, tierno y armonioso de la banda. Se nota que es una unión espontánea de amigos y talentos, cada uno entrando a escena con sus sonidos y con su hermosa simplicidad.
Como dije anteriormente, es peligrosa. Actualmente temo no querer escuchar otra cosa, y temo, por otro lado, algún día hartarme de tanto escucharlos. Por el momento no lo veo posible y sé que si me hartan volverán en algún tiempo.
Como no encuentro analogías mejores, su sonido es acuático, pero cálido. Agua que fluye y se combina con un ambiente ventoso. Una tarde mirando hacia afuera desde una ventana, con una taza de té en la mano. Es la naturaleza en sus expresiones más tiernas; un mundo idealizado de una manera un tanto infantil, pero simpática, y adulta también. La manera niña en que un “adulto” ve el mundo.


luciérnaga